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viernes, 26 de agosto de 2011

EL CARDENAL ROUCO VARELA Y EL PAPA

Ya en el mes de febrero, Rouco Varela, entregó personalmente la mochila del peregrino al Papa.



Benedicto XVI se sintió emocionado con la respuesta de los jóvenes peregrinos que acudieron desde todos los rincones del planeta a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), según explicó ayer el cardenal y arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela.

Supervisando el escenario de Cibeles.



Después de acompañar al pontífice durante las 79 horas que permaneció en España, Rouco Varela aseguró que Joseph Ratzinger -al que calificó como «un gigante de la fe y de la humanidad»- vivió «con emoción y alegría todos los actos». De esta manera, según el cardenal, los momentos más emotivos del papa en sus encuentros con los fieles fueron la multitudinaria misa del domingo en el aeródromo de Cuatro Vientos, donde «le dejó impresionado los silencios y los momentos litúrgicos» y, sobre todo, la vigilia del sábado, el momento más «impresionante» de la visita, según Rouco, donde el papa aguantó la tormenta, parapetado con cinco paraguas, frente a los miles de peregrinos allí congregados.

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 A sus 84 años Benedicto XVI rompió todos los esquemas y se saltó el protocolo para estar más cerca de los jóvenes. «Fue contra toda previsión, realizando un esfuerzo físico de extraordinarias dimensiones»,
Rouco revela que el Papa «estuvo al borde de las lágrimas» en Madrid

Ha sido una gran fiesta; muy original. Original, en el sentido de que las fiestas que organiza la sociedad y que organizan los hombres tienen otros contenidos y otras fórmulas de expresión, sobre todo las que están alejadas del mundo de la fe. Ha sido una fiesta original porque ha salido del origen, del origen de la experiencia cristiana, de la afirmación de Cristo resucitado; ha surgido de ese nuevo pueblo que ha nacido de Cristo resucitado y de su gozosa esperanza de que va a vivir la realidad de lo que el Apocalipsis vislumbra en el futuro: la Jerusalén celestial, la Iglesia de la gloria, la Humanidad salvada y redimida.




Creo que ésa ha sido la realidad de esta JMJ, donde la Iglesia se ha mostrado como es: como el cuerpo de Cristo, que vive del Señor resucitado, de su gracia y de las promesas de su gloria, del don del Espíritu. Y ha mostrado esa realidad doble que le caracteriza, divina y humana: con el Papa, su cabeza visible, que representa al Señor, y es cabeza también del Colegio episcopal, cuyos miembros, a su vez, estaban rodeados de miles de presbíteros, como en ninguna otra JMJ. Era impresionante la vista, desde arriba, de los concelebrantes, con los jóvenes de la Iglesia, y también con algunas personas mayores, padres de familia y niños, aunque la mayoría eran jóvenes.


Y la Iglesia se mostró al mundo como lo que es: la casa de Dios, la familia de Dios, donde el Resucitado está vivo. El domingo, mirando desde el altar, decía: Señor, aquí estás Tú. Él era el centro de todo lo que estábamos viviendo, del mismo modo que, en la noche, durante la Vigilia, había estado sacramentalmente presente. La Iglesia se ha presentado como lo que es, y también cuál es su razón de ser: llevar al hombre al encuentro, a través de Cristo, con el Dios que lo salva.

Y ha sido también humanamente una gran fiesta de los jóvenes, que son quienes atraviesan los momentos de mayores incertidumbres personales e incógnitas en relación con el futuro, porque ése es el momento en el que hay que despejar el camino de la vida con opciones fundamentales, según la propia vocación, en el matrimonio, la vida consagrada, el sacerdocio… Se ha demostrado que, efectivamente, los jóvenes, en la Iglesia, viven la Iglesia a fondo, y cuando la Iglesia se presenta ante ellos en su plenitud, como signo del Resucitado que salva al mundo, se llenan de gozo, de alegría y de esperanza, y la transmiten al mundo. Por eso, la JMJ ha sido, una vez más, una especie de gran acción misionera.






El Papa estaba muy admirado, cuando recorríamos las calles, de cómo Madrid se volcó. Yo le explicaba: «La mitad de Madrid está fuera, pero la otra mitad está en la calle». Le llamaba muchísimo la atención. «Sí, aquí están abuelas, padres, niños… ¡Está todo el mundo!» Eso le impresionó muchísimo al Papa.



La Fiesta del Perdón ha sido la expresión más visible y más comunicada, y quizás de más impacto exterior y mediático de lo que se vivió en la JMJ. En todos los lugares de catequesis, de acogida, en los actos centrales, el sacramento de la Penitencia se vivió y se impartió masivamente. ¿Cuántos chavales se habrán confesado? Cientos de miles. Nosotros le dimos esa forma expresiva, espectacular, en el Paseo de Carruajes del Retiro, con esos confesionarios de Nacho Vicens, tan sugestivos.

 Y junto a ellos estaba la carpa de oración de las Hermanas de la Madre Teresa, síntesis y médula de la vida cristiana: adorar, creer, entregarte al Señor, pedirle perdón constantemente para ir venciendo en tu carne al pecado y a la muerte... Y todo ello, desde la certeza de que Él está allí, en medio de la Iglesia, a través del signo sacramental de la Eucaristía. Eso produce después una caridad sin límites, una caridad que no conoce el mundo. Eso es el cristianismo.







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